La trampa

Una entrega voluntaria


Pienso al escribir estas líneas sobre papel, (con sus respectivos errores, por supuesto) la difícil tarea que supone cuidar nuestra privacidad.

Cuando me refiero a esto último, pienso en la cantidad ingente de datos que cedemos a diario, casi de forma autómata sin detenernos siquiera a pensar en sus consecuencias. Entregamos información valiosa sobre la mayoría de tareas que realizamos a diario e incluso, ya en algunos países sobre nuestro estado de ánimo.

Somos geolocalizados a través de nuestros dispositivos, bien sean teléfonos, tabletas, relojes inteligentes e incluso coches o autos.

Se lleva a cabo en cada uno de nosotros como individuos, una extracción de datos como nunca en la historia se había conseguido. Escapar de los tentáculos de la video vigilancia es una tarea imposible y, más en estos tiempos donde se nos ha vendido la idea que este “seguimiento” se realiza por nuestro bien y seguridad.

Se nos ha vendido la idea que no somos nadie, solo un grano de arena en una inmensa playa y que por ello nada debemos temer.

Hemos caído en la trampa, embrujados por unas tecnologías que hasta hace poco más de veinte años atrás no nos resultaban necesarias, hoy en día, muchas personas consideran su teléfono móvil celular como una extensión más de su cuerpo.

Para quienes como yo, que pudimos disfrutar una niñez “analógica”, este presente de reconocimientos faciales en aeropuertos, pagos con el teléfono móvil, implantes cerebrales para controlar nuestros pensamientos resulta simplemente distopico.

La pregunta sería: ¿hasta donde seremos capaces de ceder voluntariamente nuestros datos más íntimos a cambio de proyectar una imagen irreal, pregonar nuestras compras y/o viajes e incluso trasladar “gratis” a una nube de terceros nuestros recuerdos más preciados?



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